
Crónica resumida de un cumpleaños que salió como siempre: mal, pero glorioso.
El plan era sencillo: lavar mi honra después de un año horribilis y de una reputación sandwicheril por los suelos. Nada decía “redención” como un bufé casero de seis tipos de sándwiches que pretendían salvar mi legado gastronómico. Porque, sí: nadie recuerda lo que cuentas o vales, solo el pan que sirves. Es más: solo el último pan que sirves.
Llegaron Mot y Sica, puntuales y con vocación humanitaria, a rescatarme de una cocina que parecía un episodio de Misión Imposible rodado con presupuesto de colegio de primaria. El resto llegó tarde, porque la vida moderna es eso.
Preparé los sándwiches como quien redacta programas electorales: el Pavo Guaca-Boom, el Mediterráneo Travieso (que no votó ni Dios, aparte de mi, Clara), el clásico de hummus que ni siquiera emocionó al tubo digestivo de mi amiga vegetariana… Cada uno con su filfa ideológica, todos menos uno condenados al fracaso.
Sobraron, por supuesto. Los traviesos siempre sobran; como las ideas revolucionarias.
El caos tampoco llegó esta vez con los invitados extra, porque el caos ya estaba allí, sin esperas. Siempre hay una infanta para hacer pasar la fiesta con la etiqueta de child friendly. Esta vez fue la hija de Edgardo, y como en todo evento child friendly que se precie, se pasó la velada pegada a una tableta.
Y yo, olvidándome de la hielera, porque la memoria es un lujo que no cubre mi seguro emocional.
En algún punto, la fiesta se dividió en dos clanes místicos:
• Los tántricos, que flotaban.
• Los chicharrones, que crujían.
Ninguno sabía que era un clan, lo cual es la definición exacta de clan.
Mordieron, al día siguiente votaron y coronaron ganador: al jamón y queso con pepinillos. Clara se sonreía sin saber si se estaba volviendo demasiado cínica; jamón y queso, ja: tanta petición de innovación y, al fin y al cabo, los de siempre, poderes que se turnan para seguir ahí, esa monarquía parlamentaria del sándwich, que con un pequeño adorno se disfraza de novedad, de innovación (algo debe cambiar para que todo cambie; esta vez fue un pepinillo). El jamón y queso: nadie los defiende, pero gobiernan igual.
La noche empezó y terminó con la melancolía habitual de fin de temporada de este año horribilis: gente que se tristemente se va, gente que tristemente vuelve, gente que no sabe ni si vino. Yo celebré un cumpleaños que ni siquiera era el mío. Por coherencia narrativa, sobreviví.
Tenía planes para después —karaoke, microrrelatos, baile improvisado—, pero la fiesta ya había consumido toda mi energía nuclear, la fósil y la renovable.
Moraleja final:
La vida es un sándwich mal montado: se cae, pringa, decepciona… pero te lo comes. Porque sí. Porque qué remedio.
PD lingüística ampliada (y sufrida)
En el camino he descubierto —yo, Clara, víctima y perpetradora de mi propio bufé— más de diez formas distintas de escribir “sándwich” en español. Para que luego digan que la diversidad lingüística no existe. Aquí van las que he visto, sufrido, o producido en ataques de fatiga, junto con su origen aproximado:
- Sándwich — La forma oficial según la RAE, con tilde y todo.
- Sandwish — Error clásico por oído (“uitch”), muy habitual en WhatsApp nocturno.
- Sanguich — Castellanización fonética pura: escribo lo que escucho.
- Sanguí — Versión de barrio, minimalista, eficiente.
- Sándgüich — Adaptación con diéresis para marcar la U… y para aumentar el drama.
- Sandgüich — Variante sin tilde, para gente con prisa o poca fe.
- Sándwiches — El plural oficial con tilde, que parece un trabalenguas diseñado por un lingüista vengativo.
- Sanguche — Importado de Argentina, delicioso y contundente.
- Sanduche — Variante ecuatoriana, la más cariñosa del ecosistema.
- Sánduches — El plural andino, perfecto para caer en confusión fonética.
- Sanguiches — El plural fonético de “sanguich”: democracia lingüística total.
- Sandwishs — Mutación por contacto con el inglés que duele, pero existe.
- Sandwiche — Hibridación hispano-inglesa, muy vista en menús improvisados.
- Sánduech — Error fonético avanzado, pero documentado (en redes y en fiestas).
Y sí: todas se diferencian de la inglesa sandwich. Para luego decir que los hispanohablantes no aportamos variedad al mundo.
Conclusión lingüística provisional:
Si algún día actualizan la entrada de “sándwich” en la RAE, que me llamen:
tengo trabajo de campo hecho
y trauma ortográfico suficiente como para asesorar a un comité entero.
