En el principio fue un niño asombrado que descubrió que las palabras podían inventar mundos y desmontar los reales. Nació en Arequipa, pero también en los internados de Lima, en la disciplina dura de un colegio militar que, sin saberlo, dio origen a una de las primeras novelas que cambiaron la literatura en español. «No se puede ser novelista y cobarde a la vez» [1], escribiría años después. Y Mario Vargas Llosa no lo fue.
Aquel muchacho que se atrevió a contar el lado más sucio del honor, la jerarquía, la violencia y la adolescencia en La ciudad y los perros [1], sería pronto el cronista feroz de los laberintos del poder. Conversación en La Catedral [2] fue su diagnóstico moral de una sociedad enferma de corrupción y desencanto. «En qué momento se jodió el Perú» se convirtió no solo en una frase inmortal, sino en una pregunta colectiva. Un bisturí en forma de frase.
Pero Mario no solo interrogaba países: también diseccionaba almas. En Travesuras de la niña mala [3], volvió a la pasión como un terreno tan peligroso como el de la política. «Nos enamoramos de nuestras ilusiones, no de las personas», hacía decir a su protagonista, y esa frase bastaba para resumir muchas vidas que aman desde la nostalgia.
Fue un hombre contradictorio y crítico. Defensor de la democracia en tiempos donde la tibieza era la norma. Denunciante de dictadores con nombre y apellidos, como Trujillo en La fiesta del Chivo [4]. «Las dictaduras son pedagógicas: enseñan cómo no vivir», escribió, y en cada novela volvió a esa lección.
Fue también político, sí. Soñador fallido de una presidencia imposible, pero sin renunciar jamás a la palabra. «La libertad es más frágil que el cristal, pero también lo más valioso que tenemos» [5], dijo en su discurso del Nobel. Porque el escritor no era neutral: era profundamente libre.
En La guerra del fin del mundo [6] retrató con aliento homérico el delirio de los mesías y la ceguera de las masas. No había ideal que no se pudiera pudrir en el fanatismo, y eso también quiso contarlo. Su literatura fue una barricada, pero también una cátedra de estilo, de pasión, de rigor.
Hoy ha muerto Mario Vargas Llosa. Pero quedan sus libros como faros, como advertencias, como puentes. «Escribo para que no mueran los recuerdos», decía [7]. Y gracias a él, no moriremos del todo.
Referencias:
[1] Vargas Llosa, Mario. La ciudad y los perros.
[2] Vargas Llosa, Mario. Conversación en La Catedral.
[3] Vargas Llosa, Mario. Travesuras de la niña mala.
[4] Vargas Llosa, Mario. La fiesta del Chivo.
[5] Vargas Llosa, Mario. Discurso de aceptación del Premio Nobel, 2010.
[6] Vargas Llosa, Mario. La guerra del fin del mundo.
[7] Vargas Llosa, Mario. La verdad de las mentiras.
