Uno no entiende el mérito de la escritura de viaje hasta que no intenta escribir sobre un viaje propio.
La ruta Hawassa-Addis es la que más veces he recorrido en Etiopía, solo mirar por la ventana me daría material para varios libros, si supiese describirlo. Yo carezco de la aptitud o la actitud para ir grabando todo, creo que es más inútil que las notas que voy tomando en el camino.
Al borde del camino encuentras personas sentadas a la sombra de las acacias o zebus siempre sueltos y en ocasiones guiados por su pastor, normalmente un niño o una niña con un desafiante palo. Y en el horizonte la planicie sin más, sin árboles, en ocasiones con ganado pastando en las ocasionales manchas verdosas (estamos en Junio, entre sesiones de lluvia en Etiopía). Y al fondo, hacia el este, una silueta montañosa.
Al llegar a los pueblos el caos surge de la nada. La gente ocupa la carretera por derecho y los vehículos han de sortear a una serie de globetrotters que cruzan sin mirar a los coches (otro día intentaré explicar por qué). En los pueblos las casas tienen contornos rectos a diferencia de la forma tucular que domina la zona rural. El tucul se mantiene, tradición y riqueza cultural, pero también desigualdad y pobreza.
En las ciudad o pueblos rurales abundan el color azul y amarillo. El azul de los taxis de tres ruedas e innumerables plazas -Bayach- y el amarillo de los bidones otrora de aceite y ahora reconvertidos para el transporte de agua.