Le llamaban “el descuidos” y todo el mundo bromeó de ello durante toda su vida. Recordaba ahora aquellas tardes de verano en el río con sus amigos. Después se quedó con ello, con “el descuidos”. Algunos bromeaban y decían si era debido a que fue un descuido de su padre y de su madre lo que le trajo al mundo. Otros decían que en un descuido su padre le dejó caer y se quedó así, tontito para toda la vida.
Pero no, todos sabían la verdadera historia. En el instituto dejó olvidada encima de su pupitre una de aquellas innumerables cartas de amor que nunca se atrevía a enviar a Mónica. Todos en la clase se rieron de él. Él como primera reacción, como justificándose y subiendo los hombros, dijo que había sido un descuido. Esto incrementó aquella leyenda urbana, aquella epopeya adolescente, porque ya sabemos que los niños pueden ser muy crueles…Un descuido, un descuido, un descuido, el susurro recorrió todo el instituto, llegando a varias generaciones. “El descuidos” se quedó para toda la vida.
Ahora lo recordaba, ahora que tenía que recordarle continuamente las cosas, las anécdotas, las historias pasadas juntos. Incluso esta historia se le había olvidado. A ella, que siempre tuvo tan buena memoria, pero que ahora la enfermedad comenzaba a mermar. Pero pacientemente se lo explicó de nuevo. Ahora que tenía que velar por sus descuidos, pensó él. “Uy, fue un descuido”, con media sonrisa y mirada de complicidad le dijo ella justificándose, su compañera de toda la vida. Su compañera desde el instituto, Mónica. Y él cerró los ojos y sonrió.
Fuente: Variaciones en Despertando