Lo recuerdo bien porque ese día había muerto mamá. O quizá el día anterior. No lo sé.
Yo estaba en el Café Comercial de Madrid, el de la glorieta de Bilbao, y fue allí donde presencié esta conversación.
Yo, que vivo de esto, como de costumbre, escribía o leía, o leía y escribía, tampoco me acuerdo bien.
Aunque sin aparente convicción, pero quiero pensar que con secreto anhelo, ella al final accedió a enseñarle lo que había escrito, dijo que era el primer ejercicio, si no recuerdo mal, para el curso avanzado de escritura al que, por fin, había decidido a apuntarse.
-Venga no te preocupes no voy a despedazarte – Supongo que él había notado cierto temor en su cara.
– Todavía no está terminado, me falta mucho, pero toma…
Él cogió el documento con cuidado, como si fuera algo precioso, porque quizás sabía que era precioso para ella. Cuando abrió despacio y se puso a leer en voz alta, ella saltó en su silla y le hizo un gesto indicando que había gente alrededor; solo entonces él suavizó el tono y empezó de nuevo a leer:
-¿Bien veamos qué has escrito hoy?
-De qué vale la exaltación, el derroche, el exceso en un mundo tan complejo (nuestra mente, nuestros sentimientos, nuestras bondades y traiciones, nuestros sueños, nuestras calamidades): Leamos dos veces antes de enviar: “Quién soy, qué y por qué. Porque todo lo que me queda son mis recuerdos de ayer. ¡Oh ! estos tiempos amargos. ¿Por qué nadie me quiere?. Es verdad. No como tú. Porque nadie me quiere. Nadie me quiere. Es verdad. ¡No como tú!
-¿Por qué escribes de forma tan barroca y complicada?, ¿por qué no puedes escribir historias como la gente normal?, historias en las que pase algo, con una introducción, un nudo y un desenlace. ¿Por qué no puedes escribir historias donde pase algo, algo interesante?. Pero tú sigues divagando y, de verdad, leyendo tus textos vas a conseguir que la gente corriente se suicide
-Esa sí sería una historia, una historia a contar: escritora consigue reducir el insostenible crecimiento demográfico con un “inefable relato infalible”
Yo, desde mi mesa, hacía como que leía, y era cierto, leía por los ojos y la boca de él. Miraba mi libro y mi cuaderno sin mirar. Ojiplático. Hice una operación que, como escritor, os recomiendo: forcé un ejercicio de empatía y me puse en la piel de él. Él, que podría ser su hermano o su amigo. De unos veintitantos o treinta años, seguro que no eran sólo amigos, pero tampoco una pareja estable, así que yo preferí pensarle su novio, compañero, pareja, pretendiente o amante. Siempre me sorprende por qué senderos alternativos nos puede llevar un ejercicio de empatía. Y aquí os dejo al menos tres de esos senderos, pero naturalmente vosotr@s podéis añadir algunos más:
(Continuará)
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