
Una tarde cualquiera, en un lugar que parece sacado de un set de rodaje con resaca creativa: Andrés Carne de Res. Isabelo, Iván, Tomasa y Carlota están en la mesa central, justo debajo de una lámpara hecha con piezas de bicicleta y muñecas antiguas. No van disfrazados, pero podrían estar interpretando versiones más libres de sí mismos. Mañana empiezan su excursión por las montañas de Villa de Leyva. Hoy, simplemente cenan. Aunque para ellos, eso siempre significa algo más.
—¿Alguna vez pensaron que uno es más auténtico cuando se parece a lo que soñó ser? —pregunta Carlota, con tono suave, sin buscar atención, pero dándola toda.
Tomasa sonríe sin levantar la mirada del menú.
—“Uno no escoge la vida que le toca, pero sí lo que hace con ella.” —dice evocando la voz de Doña Blanca desde algún rincón de La estrategia del caracol.
—“Aquí no se viene a vivir, se viene a resistir” —añade Isabelo, cruzando la mirada con Carlota—. Esa sí es frase de verdad.
Se ríen, pero no se burlan. Es una risa que entiende.
Iván bebe un trago de cerveza, pero no para refrescarse. Para pensar.
—“Nos quieren quitar hasta la memoria, pero no van a poder con la esperanza.” —Lo dice sin énfasis, casi en voz baja. No cita a nadie. O sí: a También la lluvia.
Tomasa lo mira un segundo más de lo normal. Sabe de qué va. Los lunes de desempleo, la carta de despido que nunca contó del todo.
Silencio. Música de fondo. El murmullo alegre de otras mesas. Y esa pausa, justa, precisa, como la usaría Claudia Llosa en un plano sostenido.
—“¿Y eso qué es, mamá?” —retoma Tomasa—. “Se llama dignidad, hijita.” —Y por un instante, todas escuchan a Fausta, La teta asustada.
—A mí dame lo absurdo —responde Isabelo—. “Este país no es real, pero igual nos duele.” Eso sí es cine de allá, de aquí, de Pájaros de verano.
—Y puro Andrés Carne de Res —dice Iván, mirando alrededor—. Aquí el realismo mágico no es estilo. Es el menú.
Entre chicharrones y aguardiente, Carlota sonríe, pero se nota que hay algo más en su mirada.
—“No fue tu culpa.” —dice Tomasa, mirándola, con la misma suavidad brutal de El abrazo de la serpiente.
Carlota baja los ojos y asiente. No necesita responder. Entiende. Agradece.
—¿Sabes cantar el himno del Altiplano? —lanza Iván, con acento entre paceño y carnavalesco. El alivio entra con risas.
El resto de la noche fluye como los buenos guiones: sin notarse demasiado. A veces no hablan. A veces sí, pero no de cine. O sí, pero con otra intención.
Cuando se levantan, no hay moraleja. Solo una certeza: no hicieron turismo. Hicieron escena. Con carne, memoria y palabras que sabían a más.
Porque los mejores diálogos no solo los escribe un guionista. A veces, se improvisan entre amigos.
🎬 Referencias de películas citadas:
- La estrategia del caracol (Colombia, 1993) – Dir. Sergio Cabrera
- También la lluvia (España/Bolivia/México, 2010) – Dir. Icíar Bollaín
- La teta asustada (Perú, 2009) – Dir. Claudia Llosa
- Pájaros de verano (Colombia, 2018) – Dir. Ciro Guerra, Cristina Gallego
- El abrazo de la serpiente (Colombia, 2015) – Dir. Ciro Guerra
