Jacinto Antón, nos vuelve a contar que pocas aventuras reales hay tan escalofriantes como la que cuentan, añadiéndole unas buenas dosis de ficción e inventándose un monstruo, la nueva serie televisiva El Terror –producida por Ridley Scott,- y la novela del mismo título de Dan Simmons en que está basada. Es la famosa y terrible historia de la última expedición al Ártico del explorador británico sir John Franklin, al mando de los barcos Erebus (el buque insignia) y Terror. El hielo se tragó al capitán, sus navíos y los 128 hombres que se adentraron con ellos en el laberinto ignoto de tierras desoladas y mar con artera tendencia a congelarse que se alzaba como un sudario en el extremo norte de Canadá, en el mismísimo patio trasero del polo Norte. La novela y la serie conjugan maravillosamente el ambiente de las novelas de la Royal Navy de Patrick O’Brian y Master & commander (al cabo la de Franklin era una expedición de la Armada) con la aventura polar real y una trama espeluznante digna de un Stephen King.
Desaparecieron, se evaporaron en esas latitudes letales en las que la blancura y la oscuridad se conjuran para aplastar cuerpos y almas. Se los buscó obstinadamente, convertido el enigma de dónde se habían metido toda esa gente y sus poderosos barcos en la gran obsesión de la época victoriana (de manera parecida a como preocupó luego la suerte de Livingstone). Pero pasaron casi diez años antes de que se volviera a tener noticias de ellos y, como era previsible, no fueron buenas: habían muerto todos, los 129 (de Gran Bretaña partieron 133 pero 4 se quedaron en Groenlandia), y algunos habían tratado de sobrevivir comiéndose a sus compañeros, como acreditaban, para pasmo de la sociedad británica, huesos descarnados y restos hallados en ollas que aparecieron entre los escasos testimonios desperdigados por el corazón del Ártico. Un drama digno de Poe, Melville o Conrad, ecos de los cuales, y de otros como Lovecraft o el Frankenstein de Mary Shelley, hay en El Terror.
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