Industrias y andanzas de Alfanhuí es una novela de género picaresco del escritor español Rafael Sánchez Ferlosio, publicada en 1951, cuatro años antes que El Jarama.
Alfanhuí es en esencia el relato del mítico rito de iniciación del niño al hombre, una narración que supuso cierta sorpresa en el paupérrimo panorama de la novela española de posguerra, no solo por «la pulcritud de su estilo y por el interés del argumento», sino muy especialmente por lo que tuvo de intento de recuperación del género picaresco español. «Historia castellana y llena de mentiras verdaderas» (como anuncia su dedicatoria), Alfanhuí ha quedado inscrito como el primer relato español dentro del realismo mágico.
Catalogado por Cela como «un libro sin edad», y eclipsado precisamente por la publicación de La colmena, cierto sector de la crítica ha llegado a reconocer que Alfanhuí fue el libro ‘cenicienta‘ de Ferlosio. Y sin embargo, la riqueza de este libro-cuento-tratado le llevaría a ser estudiado como un extraño ejemplo de pluralidad literaria: novela picaresca, anatomía social de la España rural y provinciana en el ecuador del siglo XX, itinerario español de la «commedia dell’arte» (como lo definió Juan Benet) o bello paradigma de la prosopopeya, hablando en plata: manual en el que los objetos inanimados cobran vida. En las páginas de Alfanhuí, como en algunos cuentos de los hermanos Grimm, Anderseno de las mil y una noches, cualquier objeto, por modesto o absurdo que parezca puede hablar, sentir, razonar, moverse o transmitir «provechosa enseñanza», siguiendo el mejor estilo cervantino
«El caballito estaba hecho del todo. Tenía el pelo marrón rojizo y la cabezota grande, con los ojos fuera de las órbitas y las pestañas nacidas; el vientre hinchado y las cañas finísimas, que terminaban en unos cascos de cartílago, blando todavía; las crines y la cola flotaban ondulando por el líquido mucoso de la bolsa, que era como agua de almíbar. El caballito estaba allí como en una pecera y se movía vagamente. El gallo de la veleta rasgó la bolsa con su pico y toda el agua se derramó por la hierba. El potro, que tendría el tamaño de un gato, fue despertando poco a poco, como si se desperezara, y se levantó. Sus colores eran densos y vivos, como no se habían visto nunca; todo el color de la yegua se había recogido en aquel cuerpo pequeñito. El potrillo dio una espantada y salió en busca de su madre. La yegua se tendió para que mamara. Blanqueaba la leche en sus ubres de cristal»
Sánchez Ferlosio, Rafael (2004). Industrias y andanzas de Alfanhuí. Austral. pp. 23-24.