La enfermedad se había extendido de manera nunca vista.
«Las radiografías de pecho revelaban señales de neumonía en ambos pulmones. Los signos vitales se mantenían generalmente estables durante el tiempo de hospitalización. Las pruebas de sangre mostraban un número bajo de glóbulos blancos en sangre (…) La disnea se desarrollaba en el 55% de los casos, siendo la mediana del tiempo desde el inicio de la enfermedad hasta la disnea 8 días. Presentaron linfopenia el 63%. Todos ellos tuvieron neumonía con hallazgos anormales en la TC de tórax. Las complicaciones incluyeron el síndrome de dificultad respiratoria aguda, resultado positivo para RT-PCR en tiempo real en la muestra de plasma, lesión cardíaca aguda e infección secundaria. Fueron ingresados en una UCI el 32% de los casos y el 15% murieron. Una comparación de la presentación clínica frente a otros enfermedades similares emergentes; entre otros datos clínicos en los casos estudiados por el momento, cabe destacar que los síntomas de las vías respiratorias superiores son muy infrecuentes, por ejemplo, ningún caso presentaba dolor de garganta.»
Durante varias semanas había sido declarada aquella emergencia de máximo nivel, L3. Los médicos se habían reunido y discutido durante horas, durante días y semanas, pero nada pudieron concluir de forma certera para atajar semejante expansión del mortífero virus. No parecía haber una solución a la vista.
La doctora Ameyo Adadevoh y el Doctor Marc Lipsitch formaban parte de ese grupo de doctores. De entre aquel equipo de destacaban, sin duda, estos dos por su compromiso y vehemencia; consiguieron alentar al resto del equipo y hasta cierto punto co-liderar aquel grupo. Y así, cuando la coordinadora jefa de la expedición médica, la doctora Nubia Muñoz, concluyó que nada se podía hacer, ellos continuaron hasta que las evidencias les hicieron casi perder la esperanza. Casi. Fue entonces cuando un médico local se acercó a ellos, pasaron algunas tardes que se hicieron noches. Al cabo de la tercera el médico local les explicó que había una posibilidad de terminar con aquel virus, pero que debería ser discutida en privado.
Lo que les contó forma parte de lo que algunos llamarían ciencia ficción, si no fuera por lo que después sucedió. El médico local, que quizás podría responder al nombre de chamán, los informó acerca de la existencia de ciertas puertas en lugares y momentos predecibles, que permitían un viaje en el tiempo como resultado de un fallo en la electro gravedad terrestre.
El chamán les mostró un libro en inglés del siglo XVIII, en el que se hablaba de la supuesta contención de una plaga originada en Asia. Al principio, los doctores Adadevoh y Lipsitch fueron muy escépticos, aunque lo cierto es que salieron de aquella última velada convencidos de que no perdían nada en probar fortuna, por muy descabellado que pudiera parecer.
Será en otro momento cuando explicaremos cómo los dos científicos saltaron al siglo XVIII. Será en otro momento cuando contemos cómo y por qué ambos se encontraron en el cuerpo y la mente de dos ilustres de aquel siglo XVIII. Ilustres que, por aquel entonces, no habían llegado aun a ser tan ilustres. María Anna Angelika Kauffmann, conocida para la posteridad como Angélica Kauffman y Jean-Paul Marat, conocido para la posteridad como Marat.
El chamán les había dado instrucciones muy precisas: Tenían 7 días del siglo XVIII para encontrar una explicación al nuevo virus del siglo XXI, porque en 7 días tenían que volver, ni un día más, ni un día menos.
El chamán les habló de un explorador inglés que había conocido y documentado una plaga similar. Ese explorador habría presenciado su expansión y participado en su contención. El explorador se llamaba Francis Light. La mayor probabilidad de encontrar a Light y lo que buscaban, se encontraba en Inglaterra, pero no en la Inglaterra del 2020 sino en la del siglo XVIII
Antes de viajar, Ameyo y Marc tomaron algunas nociones básicas de historia que aprendieron sobre la marcha, aunque esas pinceladas difícilmente los prepararon para lo que luego vivirían.
Continúa en Regreso a ninguna parte (y final)
Pingback: Regreso a ninguna parte (y final) | Algo debe cambiar para que todo cambie