Continuación de Regreso a ninguna parte (I de II)
Al llegar al Londres del XVIII, ambos científicos debieron decidir rápidamente cómo resolver aquel enigma; su primer punto de destino fue la “Royal Science Society”. A partir de ahí fue fácil dar con el paradero de Light, que ya en ese momento era un explorador reconocido.
Nadie, o casi nadie, podría haber imaginado la razón por la que Angélica Kauffman, Marat y el Capitán Light se reunieron en aquella taberna de Londres, el 24 de febrero de 1770, cuando Francis tenía 30 años, Marat 27 años y María Angélica 29.
Tras dudar unos momentos, Light se decidió a acoger a Marat y a Angélica, más por la reputación de ambos que por la consistencia o coherencia de lo que decían que querían hablar con él. Cenaron juntos y pronto empezaron a discutir. Light les contó que se había adentrado en una región donde aquel virus se había extendido y exterminado a más de la mitad de la población local y al 30% del destacamento inglés. Parecía un virus normal, pero era muy maligno y se propagaba muy rápido.
Durante horas, Light les hizo una exposición detallada de los hechos y les dio algunas consignas para entender mejor cómo y qué pasó y lo que nunca deberían haber hecho, pero hicieron, en aquel momento. Su experiencia de extremo oriente había sido documentada.
“Se reportó que los síntomas habían incluido fiebre en el 90% de casos, fatiga y tos seca en el 80% de los casos, y dificultades respiratorias en el 20% de los casos. Los síntomas comunes al inicio de la enfermedad fueron fiebre, tos y mialgias o fatiga; los síntomas menos comunes fueron la producción de esputo, cefalea, hemoptisis y diarrea.”
Ante la pregunta de Angélica sobre cuál fue el mecanismo, la solución, la forma de atajar aquello, la respuesta de Light fue descorazonadora: “No hubo especial cura, no. Simplemente todos los afectados murieron”.
Al terminar la discusión y cuando ya Marat y Angélica volvían a su casa, surgió la pregunta: “Entonces si no había esperanza, ¿por qué el chamán nos envió aquí y ahora?”
Y pocos saben que aquellos dos científicos de nombres Ameyo o Angélica, Mark o Marat, volvieron a su época, la época inicial, en el siglo XXI, y aunque no se llevaron nada concreto del siglo XVIII, consiguieron pronto una curación para el virus.
Quizás fue la tenacidad de Ameyo y Mark, o quizás el tener la mente un poco más despierta después de aquel largo viaje en tan corto tiempo…o quizás debido a que, gracias a ese viaje, o mejor, gracias a su ausencia por ese viaje, fueron los únicos de ese grupo de veinte epidemiólogos que no murieron, los únicos que pudieron continuar con la investigación. Ni siquiera el chamán vivió para contarles, o vivió para ser contado.
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