La claridad de lo que nunca fue

En Metetí, donde el tráfico y la selva conviven con absurda naturalidad, Clara escribe. Lo hace desde la mesa de su casa en Metetí, en Darién, frente a una ventana desde la que ve pasar coches, motos, camiones cargados de madera, y escucha —a lo lejos— un gallo perdido en el tiempo. Mientras cocina sancocho, anota en su cuaderno frases, diálogos sueltos. Pero los fines de semana, con café fuerte y música de los 80 (siempre arranca con con Souvenir, de OMD), abre su Word y se entrega.

Esta noche escribe sobre Val.

Val es una escritora que escribe sobre escritores que escriben sobre la soledad. Clara la ha inventado, sí, pero a veces cree que la recuerda. Val vive en Nueva York, tiene una hija pequeña y una historia que nunca termina de contar. En su novela mezcla autoficción y biografías inventadas. Escribe, por ejemplo, sobre Iñaki R., un escritor vasco que vive solo en un faro y que escribe cartas que no envía.

«Querida L., hoy cociné arroz sin sal y pensé en ti igual. No logro escribir sin pensar que ya nadie leerá.»

Esa frase le dolió a Clara. Se la copió en el cuaderno. Le recordó a aquel cooperante italiano al que conoció en Goma, con quien compartió cama y libros, y una correspondencia dispersa a lo largo de los años sin llegar nunca a encontrarse del todo.

Otro personaje de Val es Muna, una escritora siria que vive exiliada en Berlín. Muna sólo escribe en los márgenes de periódicos gratuitos recogidos del metro. Su novela está compuesta por frases breves, casi susurros, como esta: «La patria es una habitación sin lámpara donde todos recuerdan pero nadie se habla.» Clara la leyó en una mañana de campo, rodeada de carpas improvisadas y olor a repelente, y la subrayó. A veces siente que la cooperación internacional es exactamente eso: una patria oscura habitada por gente bienintencionada que ha olvidado cómo escucharse entre sí.

Una noche, mientras escribe, Clara empieza a sospechar que Val está escribiendo sobre ella. No directamente, claro, pero hay una figura en el texto: una mujer que trabaja en una región tropical y fronteriza, que evalúa proyectos imposibles, que carga con una tristeza densa como las mochilas mojadas después de cruzar la selva. La llama simplemente “C.” Clara ríe, entre incómoda y enternecida. ¿La está inventando o recordando?

Lo más desconcertante es cuando Val —ya dentro de su propia novela— es leída por un joven escritor boliviano que asegura estar escribiendo sobre una autora mexicana que escribe sobre una cooperante solitaria en Panamá. Clara duda entonces de todo. ¿Es Val su creación o una memoria que la está escribiendo desde otra parte?

Y entonces recuerda aquella mañana en Bajo Chiquito, cuando acompañó al evaluador de Naciones Unidas, un tipo preciso y poco dado a metáforas llamado Carlos Rodríguez Ariza. Discutieron por un informe. Él, con voz seca, le dijo: “Los indicadores no salvan a nadie, Clara”. Ella no respondió, pero pensó: “Tal vez no. Pero las historias, tal vez, sí”.

Hoy, en el centro de acogida de Lajas Blancas, entrevistó a una mujer migrante que, al preguntarle qué esperaba al llegar, solo respondió: “Dormir sin miedo”. Esa frase se le quedó pegada.

Su vecino, que tiene una empresa de reforestación, lleva días reparando camiones viejos y cachivaches. El ruido la desespera. Pero los fines de semana, cuando sale a caminar con sus amigos por la selva, encuentra un silencio que le acomoda los huesos.

Clara no escribe para publicar. Escribe para no romperse. Después de separarse de su marido —y dejar a sus hijos con él—, empezó a intuir que su soledad no era solo ausencia, sino una forma de estar en el mundo que llevaba mucho tiempo intentando entender. Había perseguido la intensidad en todo: en el trabajo, en los días sin pausas, en relaciones que nunca terminaban de ser del todo. Cuando el cuerpo y la mente empezaron a pasarle factura, buscó atajos para sostenerse. Primero fue el café, luego otras cosas más y menos suaves, apenas sombras que la acompañaban. Y un día, sin proponérselo, descubrió la escritura. Desde entonces, escribe como quien encuentra una tregua.

Cada sábado, le manda lo que escribe a Ileana, su amiga colombiana, la única que la lee con devoción.

Una noche, leyendo a Val, Clara encuentra algo desconcertante: Val describe a una cooperante que trabaja en Darién, obsesiva con los informes, adicta al café, con una hija lejos. ¿La está escribiendo Val a ella? ¿O es Clara quien, sin querer, está recordando a Val mientras se escribe a sí misma?

Y luego, en un pasaje de Iñaki R., lee esto: «Estoy escribiendo una novela sobre una escritora mexicana que escribe sobre una mujer que trabaja en una selva con frontera

Clara se sonríe. El espejo es infinito. El juego, hermoso.

Esa noche, tras escribir durante una hora, borra una frase entera y deja otra sin corregir. Mira la foto de sus hijos pegada en la pared, con sus mochilas escolares y sus sonrisas cómplices. Después, como siempre, sale al pequeño balcón, se sirve un té y piensa en lo que fue y no pudo ser, en lo que será.

Antes de cerrar el portátil, añade una última línea:

Y fue entonces, al escribir sobre una escritora que escribía sobre escritores que escribían sobre la soledad, que Clara dejó de sentirse sola.”

La guarda sin título. Sólo Documento 28. Se apaga la pantalla. Afuera, canta una rana. Una nueva rana para Tom, pensó Clara.

FIN

A modo de epílogo…

Sobre espejos, Clara y el acto de escribir sobre quienes escriben sobre la soledad

Este relato nació de una imagen: alguien escribiendo sola en un rincón remoto del mundo, rodeada de silencio, lluvia y palabras. Pero pronto se convirtió en un juego de espejos. Un texto sobre una mujer (Clara) que escribe sobre una escritora (Val) que escribe sobre escritores que escriben sobre la soledad. Y así, la ficción se volvió reflexión, y la soledad, materia compartida.

La estructura está marcada por la huella de autores que habitan esas fronteras porosas entre vida, literatura y pensamiento.

Valeria Luiselli fue la semilla. En Los ingrávidos y Desierto sonoro, Luiselli construye narradoras que escriben para entender el mundo y a sí mismas, mientras documentan contextos que duelen: la migración, la pérdida, el lenguaje como territorio. Clara hereda esa conciencia, esa escritura que observa el afuera pero sangra hacia adentro.

Enrique Vila-Matas está presente en el juego metaliterario: autores dentro de autores, voces que se citan y se distorsionan, dudas sobre qué es real y qué es recuerdo. Como en El mal de Montano o Bartleby y compañía, la ficción se convierte en ensayo disfrazado de relato, y el autor se convierte en personaje sin nombre.

Y Paul Auster aporta la niebla existencial: la pregunta sobre quién escribe a quién, los documentos sin título, los manuscritos que podrían estar destinados a otros. Como en La trilogía de Nueva York, la identidad se vuelve narración, y cada palabra es una posibilidad de ser otro.

Pero más allá de las referencias, el relato también es un pequeño homenaje a quienes, como Clara, escriben desde los márgenes. Mujeres que trabajan en contextos difíciles, que aman, que fallan, que se reconstruyen, que observan, que anotan. Que encuentran en la escritura no una salida, sino un espacio para quedarse un rato más en lo que duele, pero también en lo que salva.

Clara escribe sobre una escritora que escribe sobre escritores que escriben sobre la soledad.

Y quizás, al leerla, alguien sienta —como ella— que por un momento, no está tan sola.

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About Carlos

Aunque crecí y trabajé en la gran ciudad, he vivido también en una zona rural en España y en Addis (Ethiopia). Me gusta dar paseos por el campo y la montaña. Disfruto con mi familia, con la lectura y cuando me dejo llego a escribir algo. Me gustan los escritores que escriben sobre escritores o sobre el proceso de escribir o de ser, como Paul Auster, Enrique Vila-Matas. Pero también paso buenos ratos con policiacos, sagas y comedias. Soy Doctor Ingeniero Agrónomo y Master en Evaluación y trabajo en temas relacionados metodologías de intervención en cooperación y desarrollo. He tenidos experiencias en cooperación internacional para el desarrollo a nivel ONGD , instituciones y organismos regionales, estatales y Universidades. He sido voluntario, investigador y consultor independiente en temas de desarrollo. He trabajado en temas relacionados con la evaluación de políticas de desarrollo para el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación en Madrid. He trabajado en temas de Evaluación, aprendizaje e investigación como freelance (independiente). He trabajado cuatro años para FAO en Ethiopía en refuerzo de espacios de coordinación, seguimiento y evaluación para la resiliencia…con PAHO/WHO y UNICEF América Latina reforzando capacidades en evaluación y aprendizaje Tengo otro blog igual de raro: Aprendiendo a Aprender para el Desarrollo (TripleAD) https://triplead.blog/
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