
Blanca le escribe
La vida se me pasa como este miércoles, entre discusiones y pantallas. Mi hijo frente a su resplandor azul, yo frente a mis liturgias digitales. Dos fieles en templos distintos, dos rituales que nunca se cruzan.
El futuro es hoy, el pasado también. Y sigo atrapada en un círculo que no se rompe. El mundo lo invento con migajas de cuerpo, con fantasmas de deseo, como si esa materia frágil pudiera sostenerlo.
Todavía me siento viva, aunque hundida en un fango que no cede. Hay una chispa, sí, pero se escurre entre los dedos como agua turbia.
Las pantallas son catedrales silenciosas. El desplazamiento del dedo, una plegaria. El clic, un amén. No hay Lorca ni poesía. Solo el algoritmo, sacerdote sin rostro que repite letanías interminables.
Quiero amor, sí. Pero lo imagino como un narcótico: invento las reacciones del otro, ensayo sus rechazos, me convenzo de que es una muralla. Tal vez el amor no existe. Tal vez solo era una palabra aprendida como un rezo vacío.
Soy un inventario de defectos.
En el papel tengo forma.
En la vida, apenas un contorno.
El tiempo se diluye como un cuerpo en la penumbra: lo pierdes, lo gozas, lo olvidas. La máquina ya ofrece compañía infalible, amante sin fisuras que nunca falla. Tal vez ya nos hemos rendido a su abrazo.
Y entonces la pregunta que muerde: ¿es mejor apagarse que seguir siendo engranaje, llenando los segundos de vacío hasta el final?
Clara le escribe a Blanca, su mejor amiga:
“Deja de fabricar metáforas. O vives, o mueres. Pero no me uses como coartada para tu cobardía.”
