Lisandro, un escritor en busca de su voz, se encontraba en la penumbra de su estudio, iluminado solo por la luz tenue de una lámpara de escritorio. En la encrucijada de su carrera, se enfrentaba a la página en blanco con una mezcla de terror y deseo. Las páginas en blanco lo desafiaban, cada línea sin escribir era un recordatorio de su lucha por encontrar un estilo propio. En su desesperación, decidió tomar prestado el estilo de tres maestros de la literatura: Marcel Proust, Javier Marías y Paul Auster.
Las palabras de Proust, Marías y Auster resonaban en su mente, cada una con su ritmo y cadencia. Decidido a encontrar su propia voz, Lisandro se sumergió en la tarea de escribir, tomando prestados elementos de estos grandes autores.
Fragmento al estilo de Marcel Proust: “En un paseo matutino a lo largo del río, el cielo nublado cernía una luz difusa que no lograba enfriar el aire; eran las 8:30 am. Observé patos deslizándose con elegancia sobre la corriente serena, mientras un coche ejecutaba una danza de maniobras en busca de un espacio inexistente. A lo lejos, dos cañas se alzaban como antenas de un pescador absorto en su espera. La diversidad humana se desplegaba ante mí: una joven vestida de negro avanzaba con paso decidido hacia sus estudios filosóficos; otra corría lenta como el tiempo mismo; y un muchacho atravesaba el paisaje con la agilidad de la fauna silvestre.”
Fragmento al estilo de Javier Marías: “Paseo matutino junto al río, bajo un cielo encapotado que promete lluvia pero retiene el frío. Las 8:30 am marcan en el reloj. Observo patos deslizándose por el agua, un coche en su danza frustrada por un espacio en el aparcamiento repleto, un pescador que, con dos cañas, espera paciente el titilar de la vida bajo la corriente. Una joven avanza corriendo, su ritmo lento y constante, mientras un estudiante de filosofía, vestido de negro, camina hacia la universidad, sumido en pensamientos que quizás solo encuentren respuestas en la profundidad de sus propias reflexiones.”
Fragmento al estilo de Paul Auster: “Caminata matutina a lo largo del río Saône. El cielo, una paleta de grises, promete un día sereno. Son las 8:30 a.m. Observo patos deslizándose suavemente sobre la corriente. Un coche ejecuta una danza de estacionamiento fallida. Un pescador, con dos cañas, contempla el agua en busca de señales. Una joven, con zancadas apresuradas, adelanta a un muchacho que corre con la gracia de un ciervo. Detrás, una estudiante de filosofía, vestida de negro, avanza lentamente, perdida en sus pensamientos.”
Cuando Lisandro terminó estos textos de imitación de sus maestros, no estaba convencido de su calidad, sobre todo de su calidad como obra propia. Lisandro fue a dar un paseo por el río. A su lado, los bouquinistes desplegaban tesoros de papel; historias que han sobrevivido al tiempo, esperando ser descubiertas por ojos curiosos. Cada libro, un universo paralelo al borde del Saône.
Inspirado por la imagen de los bouquinistes, esos guardianes de historias a la orilla del río, Lisandro comenzó a escribir su propio relato. Imaginó a sus personajes recorriendo los puestos de libros, cada uno en busca de una verdad oculta en las páginas amarillentas.
Inicio del texto de Lisando: La mañana se extendía sobre el río Saône como un lienzo en espera de ser pintado. El escritor, con la mirada fija en los bouquinistes, encontró la inspiración fluyendo como el río mismo. Los patos, los pescadores, los estudiantes, todos se convirtieron en parte de su narrativa. En la confluencia de estilos, el escritor halló su voz, una voz que, aunque ecos de sus predecesores, resonaba con una autenticidad inconfundible…
