Javier, un riojano que trabajaba en una ONG británica, llegó al hotel Sabana en Barbados con la esperanza de que su taller sobre técnicas “Agile” para la eficiencia organizacional fuera un éxito. Sin embargo, la naturaleza tenía otros planes. Un huracán de categoría 5, con vientos de más de 250 km/h y olas de hasta 6 metros, azotó la isla, retrasando el taller y causando estragos en su hotel. Las lluvias torrenciales inundaron su habitación en el primer piso, dejándolo paralizado por el terror en medio de veinte centímetros de agua y con el pensamiento de que su reacción podría haber sido más “agile”.
A pesar de todo, sin tiempo para procesar su estrés postraumático, el taller tuvo lugar dos días después. Una de esas tardes que siguieron, mientras escuchaba “Reina de las trincheras” de Vetusta Morla y leía “How to Say Babylon” de Safiya Sinclair, Javier puso en perspectiva su vida. Después de meses enseñando el mismo taller sobre Agile, vendido como revolucionario pero que en realidad consistía en viejos conceptos empaquetados con acrónimos nuevos que difícilmente podrían cambiar nada, se sentía desilusionado.
Y cuando por fin pudo pasear por la playa, se cortó el pie con un clavo oxidado enterrado en la arena. Fue la gota que colmó el vaso. Javier decidió dejar su carrera para dedicarse a la escritura. En ese preciso instante, probablemente el más “agile” de su vida, alguien hubiera podido interpretar fácilmente su sonrisa irónica: “Al menos, ahora tendré algo interesante que contar y verdaderamente de forma ágil”

