En el vuelo de regreso de Amsterdam a Buenos Aires, AR se encontraba sumido en una reflexión profunda. La reunión de una semana había sido agotadora, pero lo que ocupaba su mente eran las enseñanzas de sus dos maestros, JM y PA, tristemente ambos ya fallecidos. La soledad, esa compañera constante y sonora, se hacía entonces más presente que nunca.
AR miraba por la ventana del avión, observando cómo las luces de las ciudades se desvanecían en la distancia. Recordaba las calles tan conocidas de Madrid, escenario de tantas novelas de JM, y las avenidas, tan solo una vez visitadas, de Nueva York, tan presentes en la obra de PA. Ambas ciudades, con sus historias y secretos, se entrelazaban ahora en su mente junto a las de Amsterdam.
S, su amiga de toda la vida, siempre le había insistido en la importancia de tener a alguien con quien contar. AR, sin embargo, había aprendido a vivir sin esa compañía, aunque sabía que no lo hacía bien. La soledad era su refugio y su castigo. Pensaba en J, un amigo que representaba todo lo que no había sido, y en P, una aspiración que nunca alcanzaría.
Durante la reunión, había encontrado a A, un viejo conocido. La conversación había sido interrumpida por un colega, pero el breve encuentro le había dejado una sensación de nostalgia y pérdida. Huía de un pensamiento que de vez en cuando rondaba su mente: que algunos cercanos se apiadaban de su experiencia, y, sin quererlo, esa percepción le dolía y entristecía.
«Cuídate, cuídate, cuídate,» le había dicho su amigo de N. AR sabía que debía hacerlo, pero no encontraba la manera. DJ, una actriz que admiraba, aparecía en sus pensamientos de manera inconexa, reflejando su propia confusión y búsqueda interminable.
AR se preguntaba si alguna vez había tenido un verdader@ amig@. La búsqueda sin fin de algo que le diera sentido a su vida lo había llevado a poner sus sentidos y su energía en cosas y sitios que no llegaban a darle estabilidad. En un momento de impaciencia o desesperación, hizo un comentario inapropiado a la azafata del avión, preguntándole por qué eran l@s últim@s en ser atendid@s. Era un reflejo de su incoherencia, su vida desordenada y de su incapacidad para esperar o mantener relaciones significativas.
El avión comenzó su descenso hacia Buenos Aires. AR sabía que, al llegar, la soledad seguiría siendo su compañera. Pero también sabía que, de alguna manera, debía encontrar la manera de ser feliz a pesar de sí mism@, de sus errores y de sus fracasos. La vida, como las novelas de JM y PA, estaba llena de giros inesperados y de momentos de introspección profunda.
