Nombrar el dolor sin banderas

Tenemos un grupo de WhatsApp de los del cole: fotos viejas, recuerdos de los ochenta, buenos deseos, muy buenas reuniones esporádicas y mucha empatía.

Esta semana, uno de nosotros compartió un vídeo: una entrevista a una madre y psicóloga desde Gaza.

Uno del grupo comentó que el chat no era un foro para temas políticos; el que lo había puesto se disculpó por haber molestado, aclarando que no era su intención.

Todo quedó ahí, envuelto en un silencio educado.

Un silencio de esos que no suenan, pero pesan.

El tipo de silencio que se instala cuando una palabra —Gaza, Siria, Yemen, Congo— deja de ser un lugar y se convierte en una bandera.

También, cuando se evita nombrar lo obvio: condenar tanto los ataques terroristas y masacres de Hamás que iniciaron todo, como el efecto devastador de la actual ofensiva del gobierno israelí —masacre u otros nombres, según los estándares y los nombres que cada quien soporte decir—.

A día de hoy, más de 60.000 palestinos han muerto en Gaza, según estimaciones de la ONU y la OMS, y más del 70 % son mujeres y menores de edad. Se calculan más de 100.000 heridos y desaparecidos.

Del otro lado, los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023 causaron alrededor de 1.200 muertos en Israel y más de 250 rehenes, muchos de ellos civiles. Una cifra pequeña si se compara, pero enorme, infinita, en su horror absoluto y en su poder de desatar lo que vino después.

Setenta y cinco años de conflicto —desde la partición de 1948, la ocupación, la colonización y sus reediciones— pesan sobre cada nombre.

Pienso en cómo hemos llegado aquí: a confundir la compasión con militancia, el interés humano con activismo.

Hablar de un niñ@ sin agua o de un hospital bombardeado se interpreta como tomar partido.

Como si los derechos humanos hubieran caducado en el supermercado de las ideologías.

Trabajo desde hace años en cooperación al desarrollo, con el precio emocional y personal que eso implica.

No puedo ver a amigos o familia con regularidad, ni asistir a esas citas presenciales del WhatsApp porque suelo estar a miles de kilómetros de distancia.

He estado en campos de tránsito y de desplazados, en escuelas improvisadas.

He estado en hospitales en Gaza también.

Yo no he estado de forma similar en sitios igualmente vulnerables en España, pero sé que existen; también allí, en proyectos con familias vulnerables, en barrios donde la exclusión no sale en los informativos.

Apoyar una causa humanitaria fuera de nuestras fronteras no significa ignorar las de dentro.

Defender derechos en Gaza no excluye luchar por servicios públicos, vivienda o dignidad laboral en todos y cada uno de los países.

Una cosa no cancela la otra.

Posicionarse por la humanidad no equivale a posicionarse “partidistamente” (que es diferente a posicionarse “políticamente”), aunque hoy los partidos —de izquierda y derecha— conviertan cualquier gesto o dato en munición electoral.

He aprendido, y por eso quizas este post, que el verdadero riesgo no es equivocarse, sino callar por prudencia.

Que decir “esto duele” sin añadir explicaciones o contrapesos innecesarios es un acto de resistencia: la capacidad de sostener el dolor sin justificarlo ni convertirlo en argumento.

No se trata de “no tener matices”, sino de no usar el sufrimiento como herramienta discursiva.

El dolor no necesita ser rentable ni estratégico: sostenerlo es reconocerlo sin diluirlo, sin ponerle destinatario ni beneficio.

Mirar sin justificar, escuchar sin etiquetar, sigue siendo una forma de cuidado.

El grupo de WhatsApp sigue mudo.

Y si no fuera tan solo miedo a discutir, sino tambien algo miedo a sentir: porque sentir nos expone, nos obliga a salir del refugio cómodo de la neutralidad pasiva.

Sentir es implicarse, y en un tiempo que confunde emoción con debilidad, eso resulta casi subversivo.

(Sí, también puede ser miedo a perder la amistad por hablar de temas que rápidamente se etiquetan como partidistas).

Porque sentir quizá ya no es rentable.

Y sin embargo, quizá sea lo único que nos ayude a no convertirnos en meros comentaristas de la tragedia.

Posdata con mapa del mundo real

No quería cerrar el texto sin recordar que Gaza no es un caso aislado ni un agujero moral único.

El mapa del dolor no tiene fronteras, aunque los hashtags lo digan.

Hoy, según datos de UNICEF y OCHA, hay más de 30 conflictos activos donde la infancia paga el precio.

Algunos nombres que rara vez llegan al noticiero:

Sudán, Yemen, Siria, Myanmar, Haití, República Democrática del Congo.

Y sí, Gaza y Cisjordania también.

En todos esos lugares hay niñ@s que aprenden a dormir con miedo y madres que cuentan los segundos entre una explosión y otra.

Mientras tanto, organizaciones humanitarias —y miles de profesionales locales— tratan de trabajar desde la neutralidad activa:

agua potable, atención médica, apoyo psicosocial, vacunación, educación de emergencia. Y los sistemas que aseguran todo eso.

Nada de eso lleva bandera ni lema.

Solo la convicción de que cada niñ@ cuenta.

Y si eso se llama “posicionarse”, ser político,

entonces sí:

Quiero seguir creyendo que humanidad y empatía —aun incómodas, imperfectas y sin partido— siguen siendo una aspiración

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About Carlos

Aunque crecí y trabajé en la gran ciudad, he vivido también en una zona rural en España y en Addis (Ethiopia). Me gusta dar paseos por el campo y la montaña. Disfruto con mi familia, con la lectura y cuando me dejo llego a escribir algo. Me gustan los escritores que escriben sobre escritores o sobre el proceso de escribir o de ser, como Paul Auster, Enrique Vila-Matas. Pero también paso buenos ratos con policiacos, sagas y comedias. Soy Doctor Ingeniero Agrónomo y Master en Evaluación y trabajo en temas relacionados metodologías de intervención en cooperación y desarrollo. He tenidos experiencias en cooperación internacional para el desarrollo a nivel ONGD , instituciones y organismos regionales, estatales y Universidades. He sido voluntario, investigador y consultor independiente en temas de desarrollo. He trabajado en temas relacionados con la evaluación de políticas de desarrollo para el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación en Madrid. He trabajado en temas de Evaluación, aprendizaje e investigación como freelance (independiente). He trabajado cuatro años para FAO en Ethiopía en refuerzo de espacios de coordinación, seguimiento y evaluación para la resiliencia…con PAHO/WHO y UNICEF América Latina reforzando capacidades en evaluación y aprendizaje Tengo otro blog igual de raro: Aprendiendo a Aprender para el Desarrollo (TripleAD) https://triplead.blog/
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