Recorro estas páginas con un sentimiento de compasión. Por lo que quise ser y no soy. Y quizás, por lo que quise ser y, sin darme cuenta, fui.
Todavía oigo esas conversaciones con Lala, a lo lejos, en mi memoria.
Qué soy yo, aparte de lo que he escrito y de lo que he amado. Parece un comienzo patético, pero es que es la verdad.
Si hoy estuviera aquí, escuchando, Lala me diría que soy un pelmazo y que, además, soy desazón, desconfianza e inseguridad.
Todavía me sigo preguntando qué hubiera pasado entonces si, tras mandar algunas señales, hubiera hecho definitivamente el silencio y no hubiera esperado nada, porque no quedara nada. O solo hubieran quedado hojas como éstas, mi refugio. Qué hubiera pasado entonces si hubiera hecho un poco mas caso a Lala.
Yo pasaba tanto tiempo dando vueltas alrededor de lo mismo, alrededor de mi mismo. En búsqueda ahí fuera de lo que no encontraba aquí dentro. Tanto tiempo, que me olvidé de Lala y, con el tiempo, Lala se cansó de mí.
Lala me repetía que yo no me dejaba ser ni querer, que mi peor enemigo era yo mismo. Un monstruo con el que malvivía y al que cobardemente aceptaba, pero no perdonaba, al que yo culpaba de todas mis desdichas, al que yo dejaba solo con mi malestar, mientras me empeñaba en huir y salir a resolver obsesivamente lo imposible.
Y era entonces cuando Lala me recordaba que todo eso le recordaba también a su propia madre, una forma de justificar mi desdicha con la ira exterior. Y yo, en el fondo, también me reconocía con rabia.
Yo me dedicaba entre tanto a perderme en mis laberintos, descender esas pendientes, a restar, a buscar en círculos malditos, a contemplar la vida con mis ojos de gato y, sobre todo, a engañarme más a mí mismo que a mis amig@s y conocid@s. Hasta cuándo seguiré buscando el perdón, lo improbable.
Y las últimas palabras de Lala antes de dejarme: “Enjoy yourself along the way”. Mi inglés era tan limitado que tuve que buscar su significado.
