En Todo mentira, JORDI GRACIA nos hablaba en 2015 de que Enrique Vila-Matas se había hecho pasar por un hombre de letras ensimismado cuando en realidad es un escritor comprometido. Vila-Matas acababa de ser galardonado con el Premio FIL
El Premio FIL de Literatura , de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (Mexico), está dotado con 150 mil dólares y se entrega como reconocimiento al conjunto de una obra de creación en cualquier género literario. Los escritores que han sido galardonados por la Asociación Civil que lo otorga en años anteriores son: Nicanor Parra (1991), Juan José Arreola (1992), Eliseo Diego (1993), Julio Ramón Ribeyro (1994), Nélida Piñón (1995), Augusto Monterroso (1996), Juan Marsé (1997), Olga Orozco (1998), Sergio Pitol (1999), Juan Gelman(2000), Juan García Ponce (2001), Cintio Vitier (2002), Rubem Fonseca (2003), Juan Goytisolo (2004), Tomás Segovia (2005), Carlos Monsiváis (2006), Fernando del Paso (2007) , António Lobo Antunes(2008), Rafael Cadenas (2009), Margo Glantz (2010), Fernando Vallejo (2011), Alfredo Bryce Echenique (2012), Yves Bonnefoy (2013), Claudio Magris (2014), Enrique Vila-Matas (2015), Norman Manea (2016) y Emmanuel Carrère (2017)
Gracia al escribir sobre Vila-Matas recordaba que imaginaba al escritor como un hombre secretamente airado, crispado y asaltado por la aspereza política y ética de la realidad:
«Yo no era uno de ellos, pero aprendí a serlo por fascinación ante el autista extraterritorial y un punto impasible, como Bartleby, el escribiente. O, mejor aún, como quienes empiezan a escribir y abandonan la escritura sin rencor ni inapetencia, sino por lucidez irónica, que es lo que había en un cuadernito de Anagrama —su casa—, tan tontamente titulado como Historia abreviada de la literatura portátil. Era tan tonto el título que puso a muchos a cien por su levedad, su inconsistencia y su inocuidad. No supieron leer debajo de la inorganicidad la madeja preciosa de una imaginación sin envaramiento, con el don de experimentar sin plomo y sin vísceras, sin sermones ni emociones narrativas amasadas a fuerza de sentimientos contrariados. Ese librito de 1985 retrataba en la solapa a un dandi seductor y exclusivo que fumaba en blanco y negro, pero flotaba en un mar de novelas que fabulaban sentimientos mientras él inspeccionaba talentos ariscos como el suyo, en una sucesión de autorretratos que ha engendrado parte de su mejor literatura de autorretratista enmascarado, como en Bartleby, como en Extraña forma de vida, como en El viaje vertical o como en la descarada humedad melancólica de París no se acaba nunca.»