Ya lo he visto antes. Ya. Quizás es un mal del viajero, o es un mal global general. Porque el vivir tiene sus achaques, sus males, o porque viajes los hay exteriores y los hay interiores, o mixtos y completos, totales.
El pasar del tiempo: estaciones, días, noches, semanas, meses (no saber bien en qué mes estás, porque esta velocidad es de vértigo, o porque las estaciones se parecen o porque se pierde la referencia para medir)
El releer lo escrito ya hace un tiempo y pensar que podría haber sido escrito hoy o ayer. Que hay competencias en las que no se avanza, incluso quizás se retrocede, por el (mal) uso y el desgaste.
El pasar una mala noche, por falta de salud mental o corporal o por falta de sueño. Y entonces levantarse con ganas de dormir, de hibernar (¿volver a los cuarteles de invierno?), de dejarse llevar. Sin energía. Sin otro horizonte que el sobrevivir hasta pasar otra (mala) noche.
El batallar con los continuos dilemas, a los que, a veces, un@ se enfrenta porque se tiene que enfrentar, porque hay que dedicarle un tiempo, porque para eso nos han formado (¿formateado?).
El tomar cierta perspectiva, cierta energía, ciertas ganas de seguir caminando, de seguir disfrutando: de lo escrito, de las noches, de los continuos dilemas de la vida y de los infinitos caminos alternativos.
El recobrar esa sana costumbre de escribir, que da sentido al tiempo, aunque se escriba lo de siempre (en bucle o en espiral), de noche o de día, con o sin dilemas. Cada vez una nueva perspectiva, un nuevo significado, un nuevo aprendizaje, un nuevo sentido.
