Durante los meses sin lluvia, especialmente en diciembre y enero, iba algunas tardes, que se transformaban en noches, a escribir fuera. En una de mis noches solitarias en el Club Internacional en busca de inspiración, me dejé interesar por la conversación de la mesa de al lado. Dos personas, de entre 40 0 50 años, hablaban animadamente en frente de un gran número de botellas de cerveza vacías (¿por qué tantas marcas de cerveza tienen nombres de santo?):
-Pues yo no creo que sea tan malo
-¿A qué te refieres?
-A que aunque a veces pueda parecer que me quejo, la vida en Musa, especialmente en la capital, no está mal, tienes acceso a, no todo, pero casi todo…
-Al menos en verano, el clima es extremadamente agradable, el invierno es otra cosa, lluvia y lluvia y más lluvia, que encima coinciden con los meses de más calor en Europa.
En aquel entonces me pareció una banalidad hablar de todo eso cuando el verdadero problema de Musa era la extrema desigualdad. Un país en el que cuando había una sequía (que cada vez eran más recurrentes) más de diez millones de personas eran gravemente afectadas, un país en el que año tras año las redes de protección social no alcanzaban a gran número de niños y niñas, que quedaban en situación de vulnerabilidad…
Pero con el tiempo aprendí a matizar mis juicios, especialmente los juicios sobre personas o situaciones que no conozco, o no conozco lo suficiente. Simplemente porque esas personas, esa discusión, en otro contexto, en otro momento o en otra situación, podrían haber salido de mí, haber sido yo mismo.