Si Philip Roth es un escritor que nos cruje por dentro no se debe tanto a su habilidad para la franqueza, si no a su sensibilidad para retratar la desolación de una era huérfana. Su fenómeno y su actitud libérrima dentro del panorama de las letras norteamericanas explican sus inicios y su consolidación en la ola abierta de los sesenta.
El otro regalo que deja Roth, aparte de sus novelas, es que él sí visitó las literaturas ajenas y dejó testimonio de ellas en revistas y en recopilaciones, como este libro que tengo ante mí y que tradujo para Seix Barral Ramón Buenaventura, el más asiduo visitante de su literatura: El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras (2003, en español). En ese libro aparecen sus encuentros o entrevistas con maestros suyos, como Bernard Malamud o Saul Bellow; conversa con Milan Kundera o con Primo Levi, se encuentra en Jerusalén con Aaron Appelfeld, habla en Nueva York con Isaac Bashevis Singer acerca de Bruno Schultz, muestra sus cartas con Mary McCarthy y establece con Edna O´Brien, en Londres, un perfil que parece la entrada en la cueva de un alma.
Como periodista, el novelista más dotado de su generación, al decir de Martin Green, Roth utiliza las armas de su cultura literaria, de sus lecturas, pero no desdeña su propia escritura, para indagar en el método de las distintas literaturas a las que se enfrenta. Pero el novelista siempre lo asalta, le da argumentos para la descripción de los personajes, hasta alcanzar las cotas que el periodismo le debe a la literatura cuando aquel no se ajusta solo a las obligaciones de la superficie.
La cara de Roth era una piedra a medio hacer, un ser humano escuchando, un mago de la ficción escribiendo, una especie de puño asilvestrado que llevaba la boca fruncida como si al tiempo que escuchaba se guardara para sí lo que luego sería la escritura que se estaba callando. En este libro que seguramente se considerará accidental encontrarán un tesoro los que ahora busquen saber qué hizo a Philip Roth el novelista más dotado de su tiempo. Se hizo escuchando, entre otros, los latidos del oficio.